China o el triunfo del comunismo… capitalista

El gigante otra vez en la liga de honor al ritmo de los milenios se enfrenta a su propia ambición

la nueva China
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“La izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas”. Estas notables palabras del insigne maestro y antipoeta chileno Nicanor Parra posiblemente sean el mejor compendio para reflejar el secreto del éxito de China, quien comienza, una vez más, a imponerse como la primera potencia del mundo.

Nuevamente en el primer lugar del orbe, nuevamente, ya que este enorme y poderoso imperio aparece y desaparece de la liga de honor mundial al ritmo de los milenios

Enigmática, cargada de especial sabiduría y por sobre todo, con el peso del conocimiento que dan unos cuantos miles de años en su haber; con la ventaja actual de ser el mayor mercado del mundo y un verdadero ejército de 1.300 millones de habitantes que trabajan y producen disciplinadamente cuales hormigas en verano para hacer realidad los objetivos de los actuales emperadores, (encargados de escribir la historia de la nueva China), emerge y no para de emerger, desde el comunismo totalmente a ultranza que impusiera el viejo Mao y unos cuantos líderes posteriores.

El problema fue que a mitad de camino se quedaron sin sus socios, los soviéticos. A finales de los 80 del pasado siglo, el comunismo murió y China se puso en la encrucijada:

  • O continuar defendiendo un sistema que había fracasado y que representaba uno de los dos bloques dominantes en el mundo junto a la Cuba de Fidel y unos pocos románticos
  • O se planteaba una nueva realidad a partir del escenario que se abría y que en años anteriores, había comenzado a investigar, generando pequeñas y limitadas acciones de carácter capitalista

Así pues, los líderes chinos, herederos de dinastías y emperadores milenarios, de pasados de gloria como líderes tecnológicos y descubridores de nuevos mundos antes que los occidentales, debieron señalar los nuevos rumbos que debía tomar el imperio para recuperar su pasada gloria y claro, para ello debían derrotar al archienemigo, al imperio dominante.

Volvieron a leer al viejo Tzun Zu y “su “Arte de la Guerra” y sus famosas 36 estrategias chinas, adaptándolas a los tiempos modernos y la conclusión fue que debían volverse capitalistas; es decir derrotar al enemigo con sus propias armas.

Nada de confrontaciones bélicas ni de sistemas diferentes que luchan por la hegemonía planetaria. No por lo menos de esa forma. Los chinos se volvían capitalistas, pero claro en el estilo del partido y haciendo honor al viejo Mao… Comunistas capitalistas.

¿Y cuál es esta figura, en una primera y ligera lectura totalmente contradictoria y opuesta? Es muy simple. En primer lugar contaban con un pueblo enorme y aunque muy disímil en su configuración global, la cohesión milenaria realizada a punta de fuerzas militares y clanes que dominaban a otros y sometían a los de abajo había alcanzado un nivel superior con el maravilloso instrumento denominado Partido Comunista Chino y su capacidad de concientizar y dirigir los miles de millones de chinos a trabajar en una sola dirección, poniendo por encima de los intereses personales los intereses de su aldea, pueblo, ciudad, región, país y por sobre todo, del partido, sino había –y hay- que atenerse a las consecuencias.

¿Y cuál fue el plan maestro de los jerarcas, pues ese lo conocemos todos? De pronto comenzamos a ser invadidos con productos de dudosa calidad, pero de muy bajo precio, desde bolígrafos, juguetes y artefactos electrónicos de baja complejidad; hasta ropa, zapatos y cualquier otra cosa imaginable que hizo que China se convirtiera en la gran fábrica del mundo. Emulando a lo que habían hecho después de la Segunda Guerra Mundial, otros países asiáticos, especialmente Japón y después Corea.

Costos de producción bajos, mano de obra abundante y muy, pero muy barata y grandes volúmenes fueron la clave para el renacer de China como potencia, junto a una población disciplinada por la razón o la fuerza. Sin derechos laborales, ni jornadas de trabajo reguladas, y ninguna de las exquisiteces de los trabajadores occidentales. La consigna era trabajar, trabajar y trabajar, además de seguir a pie juntillas los lineamientos del omnipresente partido, convertido en emperador que guía los destinos de todos ellos.

Y así, jugando con las reglas del contrincante, China poco a poco ha impuesto como ganador su exitoso comunismo capitalista, en la que la esencia de uno y otro sistema se funden en un combinado resultante que ha resultado probadamente exitoso y que permite exhibir las actuales cifras de crecimiento y desarrollo; y con industrias y fábricas que pueden confeccionar cualquier cosa, desde naves espaciales, trenes, puentes y chucherías para cocinar, hasta automóviles , ropa y zapatos a unos costos absolutamente imposibles de igualar por sus contrapartes occidentales, quienes en la forma de grandes multinacionales, gobiernos, y hasta pequeños empresarios y emprendedores buscan hacerse un lugar en el gigantesco y poderoso mercado que se abre ante ellos, con dimensiones exorbitantes, como son 1.300 millones de potenciales consumidores que han aumentado su poder adquisitivo y quieren vivir como los europeos y norteamericanos…

Quizás no ahora, ya que sin duda China es la próxima potencia dominante, pero quizás estas actitudes y esta ambición de tener el American Way of Life, sea el comienzo del fin para el nuevo imperio, que en el imparable reloj del tiempo y las civilizaciones que se repite inexorable a través de los milenio, hoy ha renacido, pero que acabará cuando la crisis de valores, cohesión y decencia ataquen sus bases y a su gente… Algo como lo que ahora nos toca vivir en occidente.