Clientes, una vuelta a los valores tradicionales

Los valores tradicionales

Una de las razones por la que esta crisis global que hemos vivido, que estamos viviendo, no ha podido ser resuelta, tiene su origen en un aspecto intrínseco y muy propio del ser humano. No hablamos de falta de liquidez, solvencia o agotamiento del sistema, hablamos de la ausencia total de valores que comenzó su andadura con los inicios de los primeros años de crecimiento de las economías y que se fue alimentando a medida que la Belle Epoque alcanzaba su máximo apogeo.

Sociedades que confundieron empresa con especulación y enriquecimiento rápido y sin planificación. Inversión con abuso, poder con impunidad, educación con permisividad y… fundamentalmente, libertad con libertinaje

Resulta más que sorprendente analizar que los proyectos emprendedores o mejor planteados, los sectores que han experimentado indicadores de crecimiento con peso específico, incluso en los años de mayor recesión económica, no sólo están basados en las nuevas tecnologías y la distribución y aprovechamiento óptimo de recursos, sino que suponen un esfuerzo consciente de trabajo, planificación, tesón, empeño y actitud que, ciertamente no se exigía en los años de bonanza económica.

Años en los que prestadores de bienes y/o servicios -privados y, lo que es peor, públicos- y demandantes de los mismos se fusionaron como un todo en la búsqueda incesante del beneficio fácil, cómodo y rápido.

No en vano, el crédito en sí mismo sirve perfectamente de analogía con la tan traída y llevada “vuelta a los valores tradicionales”, el crédito es un instrumento fácil, durante los años de crecimiento y expansión sustentada en la financiación, el crédito se presentó como el dorado de cada miembro, institución y organismo que componía cada sociedad, estaba ahí y era fácil su acceso, el crédito se asemeja a los innumerables manuales de “guías del emprendedor” que ponen de manifiesto cómo la desidia, la falta de método, la búsqueda del enriquecimiento fácil y rápido y la ausencia de objetivo, de valor añadido y de horizonte temporal, terminan por dejar al descubierto la inutilidad del bien o servicio prestado y, por lo tanto, destruir todo un proyecto.

El cliente como destino final

En este contexto en el que, desde lo más divino hasta lo más humano, lo más “Business” a los más doméstico, se ve afectado por la necesidad de encontrar los márgenes del camino por el que se circula y la señal que indica la dirección a seguir, podemos encontrarnos desde las novedosas teorías sobre la necesidad de establecer métodos educativos para las nuevas generaciones basados en la responsabilidad, el compromiso, la constancia y la asunción de errores como parte de la máxima acto-consecuencia, hasta los innumerables, interminables y… realistas consejos de vuelta al orden, estudio, planificación y constancia a efectos empresariales.

El cliente es el destino final de cualquier proyecto

  • Clientes son nuestros hijos que deben ser preparados para enfrentar una vida muy distinta a la burbuja que la “inexistente e insana” relación de amistad, camaradería y permisividad que, durante años les hemos presentado
  • Cliente es el destino final de nuestro “plan de empresa” aquel para el que destinamos nuestros esfuerzos y quien, finalmente, determinará si nuestro “sueño empresarial” era viable y bien planificado
  • Clientes son los colaboradores que se involucran en nuestro proyecto porque se establece una relación de reciprocidad en la que nosotros somos clientes de ellos y ellos, lo son nuestros, partiendo de la máxima de necesidad dual de unos y otros
  • El cliente, en definitiva es el destino de la organización social, empresarial, familiar, amistosa. Un cliente es todo aquel que recibe, acoge, evalúa, selecciona, interactúa, aporta y determina… todos somos clientes de nuestro mundo

Es por esto que la tan traída y llevada frase de “la vuelta a los valores tradicionales” hace referencia a una necesidad de recuperar el respeto, la educación, la toma de conciencia de “servicio al cliente” no como hecho servil en sí mismo, sino como única forma de establecer una convivencia.

Conclusiones

Conviene por lo tanto efectuar un intrínseco y único proceso interno de transmutación de la actitud, tomando conciencia que la sociedades se componen de personas y que desde el hogar, a la empresa, desde la administración pública al comercio de la esquina, todos somos clientes y la satisfacción proporciona acción, lo que sin ninguna duda incrementa la creatividad y alimenta la producción eficiente… claves del emprendimiento y el nuevo orden social.