Cuando el mundo se nos venga abajo

2012 - La pelicula y los terremotos del 2010
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He temblado junto a Chile, Japón, y Taiwán. De hecho, me estremezco cada vez que las noticias hablan de desastres tan frecuentes. Significa que algo no anda bien. A miles de kilómetros, en mi isla de Cuba, pequeños sismos de terror aún me trastornan el pensamiento. ¿Que no bastó con Haití? ¿Que ahora también se descompone Chile? ¿Que a cualquier hora, en cualquier minuto, puede o no ser mi hogar el hostigado? ¿Qué tan reales podrán ser los pronósticos para el 2012? ¿Qué tanto hemos aún de descubrir, de temer, de perder?

No pocos han sido los que, sin ser fanáticos de la Teoría Maya del Fin de la Era tal y como la conocemos, cuestionaron preocupados su imposibilidad antes los más recientes hechos. Se sacude mucho la corteza terrestre por estos días, abre con desmesura los poros para tragar aire y un poco del daño y del peso que sobre ella echamos. Las tormentas extrañas, las olas de calor y frío, los tsunamis e inundaciones que no dan respiro a la desgracia, cobran vidas aquí y allá mientras seguimos adelante con nuestros destinos marcados e inciertos en un ciclo que, algunos anuncian, terminará.

Varios gobiernos se empecinan en mostrar los hechos como aislados; otros, en fomentar el temor a través de la cultura y el espectáculo. Pero ¿cuánto pueden creer ellos mismos en esta teoría, cuánto preocuparse por la concatenación de desastres que desde años atrás, porque no es cosa nueva, se nos suceden en el orbe? Es una incógnita.

He visto 2012, la película, con tranquilidad. Un filme catastrófico que muestra –aunque con algunos descalabros científicos- que pocos serán los lugares donde refugiarse y mucho el dinero a abonar por un puesto salvador en caso de que las energías cósmicas se confabulen hasta destrozar las rutinas de la corteza terrestre.

Mas ¿la profecía Maya del 2012 es sólo la inevitable influencia negativa de los astros? ¿O estamos ante el viejo llamado a un cambio de conciencia para salvarnos como humanidad de la autodestrucción? No nos llegan las predicciones para conocer lo inmutable, sino para esquivar con el menor daño el porvenir adverso.

¿Será que ese intento de presentar un mundo insalvable en tiempos de reclamo mundial, es un burdo afán de silenciar los daños contaminantes que regalamos al planeta con el disparatado consumo y estilo de vida occidental? Sea lo que sea, el planeta se rebela, y la mayoría de las religiones y filosofías hablan de la necesidad de una conciencia colectiva de amor y responsabilidad, de igualdad y respeto.

No parece un precepto que se cumpla en dos años, ni siquiera se avizora en 50. No es un proyecto que muchos gobiernos se empeñen en cumplir. ¿Los millones guardarán, esta vez, un lugar en el arca de Noé? Puede ser. El mundo del futuro que imaginan siempre los incluye a ellos. A los comunes nos queda el miedo, o la ignorancia, ambas tenebrosas por la carga de emociones que implican para el planeta y las energías nefastas que levantan alrededor de él.

El mundo se sacude y puede que nos trague. ¿Qué habremos de hacer para quedar sobre y no dentro de él? Es una interrogante que muchos no sabemos o simplemente no podremos contestar con actos. Pero ¿cuán preparados están los gobiernos? Tocan las respuestas a la alianza de los mismos en pro del cuidado del medio ambiente, de la erradicación de la miseria, del destierro de la desigualdad y del egoísmo sin límites.

Pero… ya tenemos el final de esa unión ¿verdad? La vimos en Copenhague. Mi pequeña isla y otros países pobres, empeñados en un acuerdo radical para salvar la vida humana, solo encontraron burla, de parte de las economías mayores, con el pobre proyecto que ostentaron y que poco reducirá la contaminación que producen.

¿Será a los mismos que allí decidieron cambiar la vida de millones por intereses monetarios, a quienes veremos en las futuras e hipotéticas arcas de Noé? Mientras tanto, seguimos acumulando sueños, concentrando vanidades, y llegado el Día del Juicio Final sólo pensaremos en salvar nuestras vidas y sabremos, si nos da tiempo a reflexionar, cuánto habremos importado a esas democracias capitalistas que hoy con tanto ahínco –y no me incluyo- defendemos.