La ineludible asociación entre Nietzsche y el III Reich

Bandera de la Alemania nazi

La polémica con respecto a los vínculos entre Nietzsche y Adolf Hitler, el líder del nacismo, subsiste en la sociedad actual. La estrecha relación de la hermana de Nietzsche, Elisabeth Förster Nietzsche, con Bernard Förster, un antisemita radical ha dejado, cuando menos, dudas respecto a la absolución de Friederich Nietzsche como base ideológica del fascismo.

Los racistas, clasistas, dictadores y toda suerte de imposición irracional sobre el pueblo emanan de la misma fuente egoísta que promulgó el filósofo germano aunque esta empatía sólo sea la apología de una “ley de la selva” donde los más fuertes se imponen por naturaleza. Por esta línea, el desempeño del futuro “superhombre” nietzscheano se distingue como un tétrico camino de víctimas por donde pasa el instintivo arrebato del depredador.

Otra vez volvemos a ver los argumentos de Nietzsche como un cuerpo de ideas muy acorde con cualquier forma de poder que sobrepase los derechos del individuo.

Sus conceptos filosóficos eje predican nociones tales como “la voluntad de poder”, el advenimiento del “superhombre” y su célebre frase: “Dios ha muerto” prepara un terreno ideal para la eclosión de “hombres fuertes y crueles”, capitanes de una depuración de la raza, una selección de las especies más narcisista aún porque no tiene en cuenta a los demás sino a ese individuo que escala sobre la debilidad de los demás hasta la cúspide más alta

ImagenNo importa si Nietzsche mantenía una relación amistosa con Hitler como lo hacía su hermana Elisabeth, sino hasta qué punto, su “alcance e interpretación de las cosas” son válidos y no deformantes. Principalmente el desprecio por los débiles y la necesidad de superar la compasión por ellos como elemento crucial para la superación de la raza.

Recordemos que la visión nihilista y exaltadamente vitalista que manifiesta la idea nietzscheana comprende la libertad del hombre como una independencia de sus propias trabas morales, de sus contenciones religiosas, de la “obligación” de socorrer a los caídos.

Por otra parte tenemos las propias afiliaciones de los fascistas al pensamiento de Nietzsche. Mussolini admitía su veneración por las ideas del “irónico” filósofo que “mató” a Dios. Sin embargo, se vislumbran algunas diferencias entre la política del “Duce” y su nacionalismo italiano exacerbado y lo que reza la idea del autor alemán. La idea de “superhombre” apunta a la individualidad exclusiva, a un hombre entre muchos, un egocentrismo intenso que lo convierte en poderoso y cuya voluntad de poder es el genuino espíritu de su fortaleza. Benito Mussolini quería ver a todos los italianos convertidos en eso, “superhombres” de ese terruño reunido en Nación a costa de tantos sufrimientos.

El nacionalismo alemán también creía reunir, en la Nación, una raza especial: “la raza aria” que llevaría a buen término los destinos del mundo a cualquier coste subyugando y dominando, suprimiendo y exterminando a la oposición. Pero la violencia abusiva de la legiones de Hitler no sólo alcanzó a sus adversarios políticos, se ensañó también con las almas que Nietzsche describió como de la peor calaña: los débiles, los mediocres y los que compadecidos se hacían débiles como ellos y los amparaban. El Partido Nacionalsocialista monopolizó la política alemana y llevó, la promesa de “Así habló Zaratustra”, al extremo del “irracionalismo” que lo caracteriza teniendo como consecuencia la Segunda Guerra Mundial y una sensación de deuda en el hombre para consigo mismo.

No se pone en duda de que, bajo estandartes como el que flamea en “Más allá del bien y del mal”, puedan nacer grandes obras, no sólo fecunda el genocidio y la deshumanización. Del ámbito nietzscheano podrían salir también seres virtuosos y esplendorosas épocas, pero el ímpetu de la “fuerza de voluntad”, no lleva un camino necesariamente racional, escapa al intelecto y a la mensura tomando sendas netamente independientes, descontroladas, por lo que el riesgo es enorme.

Pese a la brillantez del pensador, su sarcasmo y “teatralizada” inclemencia exilian, según parece, al pensador del clima netamente filosófico o metafísico, su pensamiento “suena” a estar “contaminado” por ciertos resentimientos personales hacia la sociedad en la que está inserto, sociedad a la que parece odiar por su hipocresía, debilidad e inoperancia. De ahí a que gran parte de su “filosofía” no sea otra cosa, a mi entender, que una justificación de ese odio al hacer cotidiano, a la masificación de los “pareceres” al cristianismo con su “perdonad todo” y a la mirada vacuna de los inocentes o mártires de la época.

Se adivina cierta patología en el ensañamiento innecesario con que Nietzsche se dedica a socavar el espíritu excesivamente religioso de la época, como si quisiera evadir las presiones de una moral interna que sentía impuesta, una moral que no le pertenecía y que simplemente le quitaba libertad al genio que llevaba dentro. El espíritu libre que proclama tiene entonces mucho que ver con liberarse de los prejuicios religiosos preparando el advenimiento del “superhombre”.

En el orden maquiavélico, que no importan los medios que tengan que usarse para obtener un fin, la voluntad de poder se vuelve peligrosa y fraudulenta, se ensucia en el ardid, en la trampa innecesaria que al final captura al propio cazador. Así fue como luego de un atentado de falsa bandera, es decir un “autoatentado”, Hitler suspendió los derechos constitucionales de los alemanes proclamando, en el año 1933, un estado de emergencia que daba poder a decretos oficiales sin consulta a los alemanes: Ya era una dictadura.

Puede decirse que tal vez no sea justo responsabilizar a Nietzsche de ningún abuso de poder cometido lesa humanidad. Por el contrario, su exposición es una expresión digna de estudiarse y, mediante la lógica del análisis, nos corresponde a nosotros (Los que auxiliamos a la opinión publica) denudar sus absurdos. Esta sería una buena forma de desactivar la práctica del irracionalismo y hacer colapsar, sobre su propia inconsistencia, el nihilismo catastrófico que al fin, hace uso y abuso de la razón, para luego “intentar” arremeter contra ella.