Clases y jerarquías: ¿Por qué nos organizamos así?
¿siempre habrá clases sociales? ¿siempre nos organizaremos en estructura jerárquica?
¿siempre habrá clases sociales? ¿siempre nos organizaremos en estructura jerárquica?
Si en la célula o en el ADN puede haber información biológica de todo el organismo, en el sujeto, clan o grupo familiar deberían hallarse rasgos comunes presentes en el caldo público que impregna actualmente la infraestructura aprobada por el pacto representativo. ¿Quién puede decir que el poder no es un espejo que refleja nuestra propia humanidad? ¿Habrá alguien que no se corrompa con el poder y el traspaso de las responsabilidades? ¿Gobernará el presidente electo o las presiones serán tantas que la presidencia es un cargo honorífico sin relevancia en las decisiones de peso del país?
Está muy claro que el sistema que criticamos es nuestro mentor, nuestro maestro, el que nos ha dado de comer y transferido su estilo de vida. El sistema está en nuestra sangre por más monstruoso que nos parezca, es imposible limpiar la huella indeleble de la época de nosotros mismos. Como polluelos incubados en su matriz de libremercadeo, los nacidos bajo su bandera, conocemos lo que es el sistema en la medida que nos conozcamos y reconozcamos en los demás.
Hay que sabernos reconocer en las debilidades del sistema así como en sus fortalezas. Las fragilidades de él son nuestras debilidades, los vacíos que empobrecen la imagen de las naciones están, contradictoriamente, llenos de nuestros profundos vacíos personales.
Por eso reconocemos en la historia del hombre y todavía antes, estructuras de poder dentro de las sociedades, no importa lo primitivas que sean. En este sentido podría afirmarse que el ordenamiento interno del grupo responde a una ley casi instintiva en los animales superiores.
Toda agregación humana, ya desde la prehistoria, ha formado clanes patriarcales, matriarcales o mixtos. Son autoridades para la comunidad: los antepasados, los dioses y los chamanes. Pero por lo general un jefe o patriarca, que a su muerte traspasaba su poder por vía “patrilineal” a su primogénito, era la autoridad máxima del conjunto.
También los llamados “pueblos bárbaros” de antaño, respetaron un rey o comandante que los dirigiera. Esto involucraba, en muchos casos, un convencimiento religioso. La moral religiosa y los preceptos de la comunidad estaban tan emparentados que podía decirse eran la misma cosa.
¿Es necesario entonces que haya siempre diferencias sociales? ¿Puede el mismo individuo, inconcientemente, estar reclamando jerarquías que le pongan límites a su desenfreno?
¿O es la incontinencia, la impulsividad, el crudo instinto de los demás, un pozo de fermento para las leyes y los decretos?
Dar por sentado que siempre habrá una clase oprimida es estar oprimiendo.
Admitir la impotencia humana como único camino, fundamentar la resignación, pensar mal y sacar conclusiones erradas, es un atentado siempre. Hay que estar atentos a las cabezas directoras del sistema.
Que en la naturaleza se vean formas sociales jerarquizadas, aves y mamíferos con un guía o jefe por delante, pone de manifiesto que estos formatos cumplen una función de sobrevivencia dentro del grupo. Sin embargo, aunque estas estructuras se repitan en los monos antropoides y en los primeros agrupamientos humanos, esta jefatura no significa un abuso generacional de unos individuos con respecto a otros.
La naturaleza misma demuestra lo contrario al expresar otras formas de asociación no parasitarias ni de tipo amo-esclavo. Se observan especies distintas en franca relación simbiótica, tal como lo hacen las aves que desparasitan a las vacas o el que almuerza aseando la dentadura del caimán.
Vemos así mismo que en la antigüedad se respetaba una jerarquía por prestigio, por antigüedad, por tratarse de cabezas de tribu, de un fundador o patriarca. Poco después se hizo necesario un rey, cuestión que fue llevando a una concentración de poderes hasta formar los grandes imperios de la antigüedad.
En otras órbitas más modernas y globales, el mundo viene transformándose a velocidades vertiginosas. El siglo XX había traído consigo un cambio de orden a partir del 1945. El poder mundial sigue siendo disputado.
Los totalitarismos tienden a empobrecer las alternativas de evolución social por su falta de diálogo.
Esto conduce a sociedades estancadas y fuertemente arraigadas a sus tradiciones. Ejemplos claros pueden resultar ser las economías del este, devastadas tras los regímenes dictatoriales de los “bolches”, o el retraso de América del Sur después de las dictaduras militares patrocinadas por los EE.UU. para prevenir la reproducción de nuevas Cubas en América Latina.
Ojalá se camine sobre la senda de la paz, la fusión y el acuerdo para no desandar todo lo enseñado por la vida en esta reciente convivencia tan al borde del fin.
La expansión de los bloques después de la Segunda Guerra Mundial estuvo orquestada bajo la amenaza del fin: el llamado “El equilibrio del terror”. Ambas potencias tenían suficientes bombas atómicas como para terminar con el planeta para siempre.
Por eso, de la guerra contenida, emanaba una guerrilla fuera de la U.R.S.S. y de los EE.UU., cabezas principales de esta pugna protagonizada por las agencias de inteligencia y la producción de armas en un mundo partido en dos. Esta situación se mantiene hasta la caída del Muro de Berlín, en 1991 y luego, la célebre Perestroika, apertura de la U.R.S.S. iniciada por el presidente Mijail Gorbachov, daría paso a un nuevo orden. China se mantiene imperturbable, con un comunismo campesino, China continental y milenaria, con la población más grande del planeta.