Ejerciendo la democracia
El ideal de armonía social aletea sobre nuestro pueblo y trata de encarnar en lo concreto
El ideal de armonía social aletea sobre nuestro pueblo y trata de encarnar en lo concreto
Cuando aun no sabemos bien quienes somos solemos reconocer que estamos presos de nosotros mismos, pero así también podemos comprender que tenemos, mucho más cerca de lo que pensamos, la fórmula para alcanzar la libertad. La prisión que nos perturba se vale de barrotes sutiles (disfrazados a veces de libertad) y extremadamente fuertes que obstaculizan nuestro crecimiento como nación, como familia, como personas.
Son los trastornos generales que dejan impotentes las ansias de vivir en un mundo feliz. La cárcel social, a la que con nuestra indiferencia, nuestra ignorancia y despreocupación, añadimos un ladrillo cada uno, es el sistema que nos han impuesto.
Desempleo, pobreza, centralismo, enfermedad, delincuencia, drogadicción, deserción estudiantil, desorientación moral e irresponsabilidad para con el medioambiente, prostitución infantil, etc. Devienen de la dependencia de la economía extranjera, servilismo internacional, dependencia tecnológica, tercermundismo, salvajismo social, esterilidad de ideas.
Se han levantado falsos ídolos alrededor del paradigma materialista y superfluo de las aspiraciones del hombre modernamente humillado en la inconciencia colectiva.
Restando dignidad y fortaleza al pueblo, el vaciamiento de valores reales, rasquetea el espíritu y asoma por todas partes el universo de las depresiones, la ola de suicidios, homicidios y adicciones químicas y religiosas.
Nuestra sociedad tiene una carga de enfermedades crónicas y psicopáticas que no la dejan medicarse. ¿De dónde vienen estas patologías? ¿Cómo subsisten y de qué se alimentan? ¿Qué tipo de conocimiento hay con referencia a ellas? ¿Cuáles serían los caminos más apropiados para combatirlas? ¿Qué soluciones podrían conducir a la salud de nuestro pueblo?
Son cuestiones que erróneamente la mayoría deja en manos de las políticas de turno olvidando que, en una democracia plena, deberíamos ser nosotros los que gobernamos.
La sabiduría popular subsiste apenas dando muestras de no credibilidad política, levantando huelgas y paros donde se manifiesta el descontento. Pero no alcanza con eso; la sociedad debe capacitarse, organizarse para generar soluciones, idear y crear campos de investigación con grupos humanos, programas pilotos, implementación de proyectos ingeniosos bien fundamentados aunque en un principio parezcan inventivas descabelladas.
La riqueza de la inestabilidad de nuestras suposiciones se alimenta de la necesidad de encontrar un equilibrio, una seguridad más segura que siempre llega y, sin embargo, también siempre termina por quedar obsoleta.
Así es como gira la rueda evolutiva del conocimiento, de la ciencia, ya Popper lo afirma en su teoría falsacionista donde explica cómo se corrigen los modelos científicos perfeccionando sus mediciones y aproximaciones a una realidad última que jamás alcanzan.
Hoy debe saberse que los ingenios inventados y por inventarse no son objetos para quedarse sino que están ayudando a llegar a otras áreas del universo, como escalones que tan sólo tienen una función de auxilio temporal. Esta es la demanda del planeta, del hombre postmoderno, de las nuevas generaciones.