La mafia está de fiesta
Antes de la revolución cubana, durante el gobierno de Ramón Grau San Martín y, corriendo el año 1946, el Hotel Nacional de la Habana protagonizó un singular encuentro familiar. Era el festejo organizado para celebrar el regreso de una leyenda del crimen organizado: Lucky Luciano volvía luego de haber cumplido una condena en Estados Unidos y haber sido expulsado de Italia, su tierra natal.
Lucky Luciano era considerado un Capo di Tutti di Capi del crimen organizado y, como se sabe, la mafia respeta un orden de jerarquías y esta vez, “la crema y nata” de la mafia emigrada de Sicilia a EE. UU., asentada en la propia Habana, se juntaban en la residencia de Luciano.
Se sabe que la mafia siciliana exportó a sus “famiglias” al nuevo Mundo en tanto las cosas se ponían difíciles en Europa. La euforia fascista impuesta por Benito Mussolini diezmó el poder, la influencia y los intereses de la “Camorra”; organización delictiva de gran renombre. Los “negocios” de la mafia en Italia fueron absorbidos por el Estado que nacionalizó sus empresas.
Todo el territorio americano era ahora una oportunidad para las mafias emigradas del continente que buscaban gobiernos débiles y corruptos donde montar sus negocios.
Grandes mafiosos como Al Capone encontraron en las metrópolis norteamericanas condiciones ideales para llegar a dominarlas por medio de sobornos, amenaza y el crimen.
La existencia de un mayor número de prohibiciones, cuestión natural en un país nuevo fundado casi totalmente sobre la inmigración de puritanos venidos del Reino Unido, así como también la “permeabilidad” del sistema de justicia estadounidense de la época, fueron el fértil terreno para la mafia de exportación.
La Habana fue sede del los desbordes del actor y gángster George Raft, que en el año 1939 protagonizara Invisible Stripes. Las bellezas naturales de la isla, sus playas paradisíacas, su clima fabuloso, daba paso a la recreación extrema, sin límites; locuras de un una clase económicamente poderosa, asociada al tráfico de alcohol, durante la Ley Seca que, además, manejaba el negocio de las armas y las drogas desde una estructura criminal ordenada.
Los vínculos de Cuba con EE. UU. estaban robustecidos por el apoyo que este último le brindara para lograr su tardía independencia de España, en pleno siglo XX. Puede decirse que estas organizaciones mantenían estrechas relaciones con gente del gobierno cubano durante los gobiernos de Fulgencio Batista y los intermedios, antes del golpe de estado.
En más de una ocasión, el Hotel Capri, amparó en su interior alocadas fiestas donde se llevaban a cabo desórdenes de todo tipo: prostitución, juego clandestino y el consumo de cocaína y otros fármacos ilegales. En estas ocasiones se aprovechaba para abonar el pago de sobornos a jueces y funcionarios públicos o realizar “ajustes de cuentas” que podían ser muy sangrientos.
Esta vez la cita era en el Hotel Nacional de la Habana.
El festejo reunía a los capos de la mafia como pocas veces ha ocurrido en los anales del crimen. Los cabecillas de la mafia estadounidense se encontraban con los que dirigían operaciones delictivas dentro de la isla.
El día 21 de Diciembre, sobre el final del año 1946, pasadas las tres de la tarde arribó Vito Genovese. Fue el primero en acudir a la fiesta que se hizo en la mansión de Luciano, en Miramar, calle tercera.
Entre los que asistieron se encontraban los “capos “de New York y New Jersey: Joe Banana, Anastasia, Tommy Luchese, Profacii, Giuseppe Magliocco, Auge Pisano y otros. También, el mafioso de Búffalo, Steve Magaddino, lo mismo que Accardo de Chicago y los hermanos Fischetti, que siguieron la línea de Al Capone, ocuparon sus asientos en la mesa de Lucky.
Otros cabecillas de New Orlans y de Florida, como “Dandy Phil” Kastel o Trafficanti, el segundo hombre de Lansky en todos los negocios, tampoco quisieron faltar.
Estuvieron también los jefes del crimen organizado de Cuba : Barletta y Amletto Battisti y se divirtieron junto a Lanski, Costello y otros gángsters “yakees”, todos disfrutando una noche deliciosa de brindis, excelentes platos y escuchando, al final, la exquisita voz de Frank Sinatra, el protegido de esta elite de refinados gustos y trágicos destinos.