La generación de necesidades a través de la manipulación social
Finalmente, un poco de calma... ¿Hay un responsable? Al menos el consuelo de saber cuánto dependen ellos de nosotros, los millones...
Finalmente, un poco de calma... ¿Hay un responsable? Al menos el consuelo de saber cuánto dependen ellos de nosotros, los millones...
Que los mecanismos humanos sean parecidos y hasta estadísticamente predecibles no significa que no existan las diferencias que nos convierten en individuos y no en rebaño. Las coincidencias entre seres de la misma especie son enormes, sin embargo, basta la presencia de un nuevo carácter, un gen, una mínima variación cromosomática o un desplazamiento en la cadena del ácido desoxirribonucleico para conformar otro espécimen, un prototipo en especial, un ser único e irrepetible.
Pero la cuestión de la identidad corre principalmente por terrenos de la psicología donde lo que se observa es la personalidad como rasgo de identidad único, sin copia. Así como la sociedad está fundada sobre el concepto de familia; el derecho subjetivo, el factor humano, las grandes tonterías y las sublimes genialidades del hombre, están bajo la jurisdicción de la personalidad.
En la personalidad; la riqueza de opinión, de diversidad de culto, la multiplicidad de pensamientos, de modos y manías, llena los rincones del diario vivir en la convivencia y en interacción social.
Pero aun así se agrupan conjuntos o tipos de personas por similitudes, los que se conocen como perfiles psicológicos y que, tanto los detectives de ficción como los de la realidad utilizan para “recrear” una imagen mental del asesino que todavía no ha sido descubierto.
Fue el psicoanalista Carlos Gustavo Jung quien formuló una teoría que vislumbra, tras los actos concientes y aparentemente voluntarios, la influencia de un universo colectivo de pensamientos comunes a la raza, la época y al bloque social donde se encuentra inserto el individuo.
Sin embargo, este fondo común a todos los humanos, incluso a todos los seres vivos, no significa que el pueblo sea un rebaño. Aun así, todo indica que hay quienes pretenden “arrear” al pueblo a conductas que le son convenientes.
Un ejemplo claro es el uso de los medios de comunicación masiva para implantar una moda o el consumo de algún producto para generar un hábito que antes no existía: Necesidades ficticias.
La contaminación de los intereses de una corporación hace su trabajo en lo profundo de nuestras mentes. La empatía de un grupo es un lindo sentimiento. Busca signos de afiliación, puntos de coincidencia, como un equipo de fútbol, una banda de música, principios comunes, conceptos como “la libertad”, reencuentros como lo es disfrutar de la naturaleza, de la tranquilidad, de la meditación, etc.
Pero por estas mismas entradas (signos de afiliación y de empatía) son fácilmente detectables, así como también, utilizando el arcano grito del instinto, se filtra el producto que se pondrá en oferta o su necesidad de usarlo, de consumirlo, de comprarlo.
El artículo vendrá rodeado de situaciones agradables. Podrá aprovecharse la fuerza de imágenes sensuales o sugestivas para explotar la lógica del “reflejo condicionado”, de la asociación al placer y de otros estímulos de la raza.
Desde la manipulación del pensamiento colectivo mediante repetir una mentira mil veces hasta la propaganda política subliminal colada en las letras y músicas del momento, son los métodos que buscan incidir en la voluntad del individuo internalizándole apetitos y formándole opiniones que no le son propias y que sin embargo, el individuo, admite rápidamente.
No somos rebaño, eso no sólo hay que decirlo, eso hay que demostrarlo siendo capaces de salir de la monotonía que los manipuladores inventan, las entretenciones que la inconciencia improvisa, los estupefacientes mentales con los que inventan "la masa" y la perfilan en los contenidos superfluos de nuevos ídolos de barro.
Ocurre entonces que otra de las cosas que tenemos en común es que somos diferentes.
Lo mismo pero no manadas, la vida nos conduce no la mano de los intereses transnacionalistas, los poderosos son esclavos de nuestra misma sangre, los que respondemos al inconsciente insondable.
No somos rebaño; pero sí la certeza de ser una misma cosa, un mismo gesto multiplicado por un Dios sin tiempo ni espacio, el plotínico ser que no transcurre, por lo tanto no muere ni aparece, sino que es, ontológicamente, naturaleza.